DON QUIJOTE EN NAVARRA: NOTICIAS DE SU PASO POR LA RIBERA Y DE SUS VERSIONES EN EUSKARA |
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Tradicionalmente el día del libro viene a
coincidir con el aniversario del fallecimiento de Cervantes y
Shakespeare el mismo día 23 de abril de 1616. Además de ello, este año
de 2005 se celebra el cuarto centenario de la aparición de la primera
parte del Quijote. Los fastos celebrativos, empero, no han hecho sino
comenzar, y aún es pronto para apreciarlos en su magna totalidad. Sí
podemos, en cambio, conocer algunos de los actos conmemorativos que
conformaron en Navarra el programa de celebraciones de lo que fue el
tercer centenario de la citada publicación, organizados por el
Ayuntamiento de Pamplona y la Diputación Provincial los días 7, 8 y 9
de mayo de 1905[1].
Salió la comparsa de gigantes y cabezudos.
La cuadrilla del torero Eusebio Bernet, alias Fabrilito,
lidió una corrida de la ganadería de Amalio Díaz Cante de Alfaro, la
anterior Zapata. Se hicieron funciones religiosas en honor de Cervantes
en la misma catedral, siendo el dean Tirso Larequi el predicador. Se
aprovechó la efeméride para la inauguración de las escuelas de la
plaza de San Francisco. Y por último, se celebró una velada académica
con la interpretación en el Teatro Gayarre de diversas obras escénicas.
Además de ello, el Ayuntamiento de la ciudad, en colaboración con el
Instituto General y Técnico, organizó un concurso literario que se
resolvió el mismo día 8 de mayo, dentro del cual el tema décimo
rezaba de esta manera: “Don Quijote y Sancho Panza en sus viajes, ¿pisaron
tierra navarra?”.
A esta categoría sólo se presentó un
trabajo, redactado por el periodista fustiñanero Juan Pascual Esteban
Chavarría bajo el título Don
Quijote en la Ribera de Navarra, el cual a pesar de ser premiado por
su calidad, y en palabras del jurado ser un <trabajo de erudición,
bien escrito y mejor pensado, su lectura deleita, y agrada el ingenio
del autor>, no fue publicado por el consistorio pamplonés, no siendo
hecho público hasta que apareció en las páginas de la revista La
Avalancha de Pamplona en los últimos meses de 1907. Debido a que
Esteban no tuvo la precaución de guardar una copia del original
entregado, el texto publicado hubo de ser reescrito sobre los apuntes
del anterior, pero según afirmaba el autor, las diferencias entre ambos
textos fueron mínimas. Ya anteriormente, el de Fustiñana había
publicado varias colaboraciones sobre el mismo tema en El
Eco de Navarra de 24 de abril a 3 de mayo de 1904 bajo el título de
“Cervantes, Navarra, Tudela”.
En
su trabajo, más literario que científico, si cabe dado el tema
propuesto por la organización, comenzaba Esteban recordando su época
de mal estudiante, lo que no era obstáculo para que disfrutara
enormemente con la obra de Cervantes. A pesar de que realmente se
apenaba porque el manco de Lepanto no mencionó en su universal obra la
tierra navarra, no abrigaba el fustiñanero la menor duda al respecto de
que el curioso caballero llegara a pisar los caminos del viejo reino:
<Me parece que a los navarros nos asisten razones fundadísimas para
sostener que los famosos héroes manchegos pasaron por nuestro suelo con
propósito deliberado de visitarlo, y por lo tanto, Quijote y Sancho
Panza pisaron tierra navarra (...) Permítaseme la vanagloria de decir
que la casualidad ha obrado de manera que yo resultase, al parecer, el
primero en desenvolver este tema en sentido afirmativo>. En opinión
del mismo, el de la triste figura realizó su viaje a Zaragoza siguiendo
el discurrir del Ebro, topando el río antes de llegar a Pedrola, en
donde tenía la intención de pernoctar en el palacio de Buendía de los
duques de Villahermosa. Esteban Chavarría no tuvo mayor problema para
identificar los diferentes lugares que Cervantes escondía bajo falsos
topónimos, y así llega a afirmar que la mítica ínsula de Barataria
corresponde a la villa de Alcalá de Ebro. En opinión de Esteban, el
sitio donde el caballero de la triste figura se encuentra con el Ebro
sin duda corresponde a Navarra, y debe ser una población de la margen
derecha entre Tudela y Cortes que necesariamente habría de ser o una de
las dos mencionadas o bien Fontellas, Ribaforada o Buñuel, y aunque
admite la posibilidad de ser un pueblo aragonés, ya que antes de
Pedrola existen todavía algunos pueblos de la provincia de Zaragoza
como Mallén, Gallur, Boquiñeni, Luceni o Alcalá, el carácter lúdico
del trabajo le posibilitaba decantarse subjetiva y parcialmente por los
pueblos más occidentales, pertenecientes a Navarra: <Aunque este no
sea ningún estudio serio, sino un trabajo ligero de entretenimiento, al
cual no debe darse importancia ninguna>.
Dentro
del mismo certamen literario organizado por el consistorio pamplonés la
guarnición militar de Pamplona se hizo cargo de uno de los premios,
concretamente del que aludía a las cualidades militares de Cervantes y
que fue ganado por el comandante de infantería natural de Tafalla
Bernardino García Conde con el seudónimo de Francisco Sigüenza
Garrido por su Cervantes como
militar. Al contrario de lo acaecido con el trabajo de Esteban
Chavarría, la obra de García Conde sí fue publicada en el mismo año,
en el establecimiento tipográfico de Belandia. Este libro de casi 100 páginas
está dividido en dos partes claras. La primera de ellas repasa la
biografía militar del manco de Lepanto, sus glorias guerreras y su
cautiverio. En la segunda parte, y partiendo de sus obras, García Conde
expone la opinión que tenía Cervantes de la carrera militar,
concluyendo: <Es Cervantes soldado, raro ejemplo de virtudes, pues
representa un dechado de valor, abnegación, civismo, desinterés, y de
un espíritu militar llevado a la exaltación (...) en Cervantes se
encuentra un poderoso instinto de libertad y altivez y una independencia
propia del carácter español, y mucho más del que de hidalgo se
precia, lo que nos demuestra que no fue servil, a pesar de que la
fortuna ciega le había maltratado>. Algunos
años antes de que Esteban Chavarría pretendiera demostrar el tránsito
de Cervantes por la Ribera navarra, el cervantista alavés Julián
Apraiz Sáenz del Burgo ya trató de desmitificar la supuesta ojeriza
que Cervantes profesaba, según algunos estudiosos, a todo lo
vascongado. Con motivo del 262 aniversario del fallecimiento de
Cervantes, el 23 de abril de 1878 Apraiz pronunció una charla en el
teatro de Vitoria-Gasteiz bajo el lema Cervantes
vascófilo, la cual fue posteriormente ampliada en similar
circunstancia. Fruto de ambas conferencias fue el libro de 1881 Cervantes
vascófilo, o sea, vindicación de Cervantes respecto a su supuesto
antivizcainismo, que fue superado en 1895 por su más conocido Cervantes
vascófilo: refutación de los errores propalados por Pellicer,
Clemencin, Fernández Guerra etc., acerca de la supuesta ojeriza de
Cervantes contra la Euskal-Erria, obra que en menos de cuatro años
logró su quinta edición. En ella demuestra que Cervantes no sólo no
se burló de los vascos, sino que los tuvo en mucha estima, como lo daría
a entender el que muchos de sus amigos procedieran de Vasconia:
<Conste que si los vascongados, y sobre todo los que chapurrean el
castellano, fueron a veces objeto del festivo humor del autor del
Quijote, nunca pasó esto de una ligerísima chanza que no puede
producir ampollas en las más delicadas epidermis>. La obra consta de
dos partes: la primera es una introducción y cuatro capítulos donde
refuta los razonamientos y falsas interpretaciones de diversos autores;
la segunda parte consta también de cuatro capítulos y sirve de
refuerzo a la priemra aduciendo pruebas y argumentos de las propias
obras cervantinas, terminando con un apéndice en el que aporta datos y
documentos de su exposición. El trabajo de Apraiz está hecho con
apasionamiento pero con objetividad, en la medida de lo posible, y en su
apología cervantina de lo vascongado no calla hechos, en su opinión
negativos, como las opiniones que su paisano el ilustrado Valentín
Foronda tenía del autor del Quijote. Este Foronda publicó en Londres en 1807 el opúsculo Observaciones
sobre algunos puntos de la obra de Don Quijote por T.E., colección
de once cartas fechadas en 1799 en las que ponía en tela de juicio la
calidad literaria de Cervantes, definiéndola como <medianía de
estilo áspero desmazalado>, considerando a don Quijote <deshonra
y borrón de España> y a la obra en su conjunto <desnuda de
erudición, amenidad y enseñanza>. En realidad, Foronda no hacía
sino recoger la opinión general que la obra de Cervantes merecía entre
los ilustrados de finales del XVIII, tal y como el segundo marqués de
la Olmeda, el madrileño de ascendencia guipuzcoana Ignacio Loyola
Oyanguren lo expresara en su conocido Discurso
crítico sobre el origen, calidad y estado presente de las comedias de
España que publicó bajo el seudónimo de Tomás Erauso Zabaleta en
Madrid en 1750. Entre
los muchos idiomas a los que ha sido vertida la inmortal obra de
Cervantes también esta el nuestro, el euskara. La primera versión
completa de que se tiene noticia es la realizada por el alavés de
Legutio José Palacio Sáenz de Biteri. Abogado y doctor en Filosofía y
Letras, fue Biteri un prestigioso cervantista redactor de la Crónica
de los Cervantistas y poseedor de una de las más completas
colecciones de Quijotes del momento. Su valía fue reconocida por otros
cervantistas contemporáneos como Thebussen, Asensio y López Fabra. El
manuscrito de Palacio Biteri con la versión euskérica fue terminado a
finales del XIX, y tras la muerte de su autor pasó a manos de un
sobrino residente en Madrid, José Palacio Elissage. El asalto de que
fue objeto la vivienda de éste al comienzo la guerra civil malogró la
traducción. Las
traducciones que sí nos han llegado son las correspondientes al capítulo
IX del Quijote que fueron presentadas al concurso literario que convocó
el Ayuntamiento de Pamplona en 1928. No fue esta la única modalidad
para trabajos en euskara de aquel certamen, pero sí a la que mayor número
de trabajos se presentaron. En total fueron
17 los traductores que optaron a las 300 pesetas del primer
premio con que estaba dotado este apartado, y entre ellos había, además,
algunos de los escritores punteros del panorama literario euskaldun del
momento. Tanto fue así que Dámaso de Intza, el presidente del tribunal
que debía fallar el concurso, pidió a los organizadores la concesión
de al menos cinco premios para esta categoría. El primer premio fue
para el escritor Nicolás Ormaetxea Orixe,
el segundo clasificado fue el capuchino Buenaventura de Oieregi, el
tercer premiado fue el médico residente en Pamplona Aingeru Irigarai,
el cuarto el conocido poeta guipuzcoano Xabier Agirre Lizardi;
y el quinto resultó Juan Garbizu Salaberria de Pasai-Antxo. La única
de las traducciones presentadas que fue publicada en su época fue la
realizada por Orixe, que apareció en la Revista
Internacional de los Estudios Vascos en 1929. Las cuatro restantes
fueron dadas a conocer por el periodista altsasuarra Alberto Barandiaran
en el estudio que realizara sobre los certamenetes literarios convocados
por el Ayuntamiento de Pamplona entre 1882 y 1928. Por último, puede mencionarse la versión Don Kixote Mantxako realizada por Pedro Berrondo Lasarte en 1977. Berrondo, natural de Oiartzun donde nació en 1919, fue sacerdote y misionero en Ecuador; en el ámbito de la lengua vasca fue académico correspondiente de Euskaltzaindia, responsable de la página en euskara del Diario Vasco de Donostia, y traductor de diferentes obras literarias. La traducción del Quijote de Cervantes fue presentada con toda pompa y boato en el Salón de Plenos del Palacio de la Diputación de Bizkaia el 28 de febrero de 1977, y aprovechando este nuevo aniversario ha sido nuevamente editada. DON QUIJOTE EN LA RIBERA DE NAVARRA (selección) Al
terminar la última página del Quijote noté un gran vacío en mi corazón.
Yo amaba a mi patria con delirio, hasta el extremo de llegar a creer que
debiera pronunciarse su nombre poco menos que sombrero en mano y la
mirada en el suelo, y había observado que por aquel librodesfilaban
muchas naciones extranjeras, y muchas comarcas españolas, y muchísimos
hombres, pero entre ellos no veía ni a la idolatrada Navarra ni a los
queridos navarros. ¿Cómo
podía ser que un nombre tan grande como el de Navarra no estuviese
asociadom a libro para mí tan entretenido, y de tan excepcionales méritos
para los inteligentes? Cuando
principió a agitarse la idea de conmemorar la publicación del Quijote
quise estudiar esta obra, pero no para saborear sus bellezas, que
sobradamente se yo que mi paladar no está hecho para los bocados
exquisitos, sino para buscar en ella lo que ninguna lengua decía ni en
libro alguno encontraba, o por lo menos yo nada oía ni veía en este
sentido. Como entonces ya me eran conocidos algunos nombres gloriosos de
hijos de Navarra, no tuve necesidad de hacer grandes esfuerzos para
resolver satisfactoriamente el problema que tanto excitaba mi atención,
y relacionando aquellos con el texto del Quijote fueron surgiendo en mi
mente datos preciosos, horizontes dilatados, y el entusiasmo me hizo
levantar del asientoy cometer la osadía de gritar al público que no
era posible que mi patria estuviese desligada de una obra tan grande
como la más inmortal de Cervantes, y positivamente, Navarra está en el
Quijote y el Quijote está en Navarra. Don
Quijote y Sancho Panza en sus viajes, ¿pisaron tierra navarra? Permítaseme
la vanagloria de decir que la casualidad ha obrado de manera que yo
resultase, al parecer, el primero en desenvolver este tema en sentido
afirmativo. A
pesar de la poquedad de mi ánimo, como entiendo que el viaje por
Navarra de los personajes quijotescos es de una exactitud casi matemática,
me atrevo a desarrollar el tema. Es
sabido que desde el lugar de la Mancha donde aconteció la aventura de
los títeres y el mono de maese Pedro, se dirigió Don Quijote a la
ciudad de Zaragoza. Si bien con propósito deliberado, quiso visitar
antes las riberas del Ebro y cercanías de aquella población según
consta claramenteen el texto, capítulo XXVII de la 2ª parte. ¿Por dónde
dirigió el caballero andante sus pasos contados y por contar, hasta
encontrarse con el río Ebro? Esta es la incognita que debe resolverse. Sin
el dato preciosísimo de la estancia del ingenioso hidalgo en Pedrola,
sería completamente imposible hallar la clave de esta cuestión.
Afortunadamente, el eminente escritor D. Juan Antonio Pellicer sostiene,
el eximio literato P. Coloma admite, los principales comentaristas del
Quijote patrocinan, y casi todos, o todos, aceptan la idea de que los
duques que figuran en la obra de Cervantes no son otros que D. Carlos de
Borja y Dª María de Aragón, duques de Villahermosa; que el castillo
corresponde al palacio de Buenavía que estos señores poseían en la
villa de Pedrola; y que la ínsula de Barataria representa al pueblo de
Alcala de Ebro, no mencionados gracias a la costumbre de Cervantes de no
particulariar los nombres. Pero
D. Quijote pudo recorrer distintos caminos para ir a Pedrola, y de andar
unos a andar otros varían completamente las consecuencias que para
nuestros fines pueden deducirse. Pues pudo ir directamente desde la
Mancha a Pedrola; pudo ir desde la Mancha hasta algún lugar situado más
abajo de Pedrola; y pudo ir desde la Mancha a algún lugar situado más
arriba de Pedrola enclavado necesariamente en la orilla del Ebro. Y son
éstas todas las rutas que pudo llevar.Veamos ahora cuál de ellas es la
que realmente llevó. Si
el inmortal loco manchego fue en derechura desde la Mancha a Pedrola,
indudablemente no pasó por Navarra. Pero la simple lectura del Quijote
demuestra al más torpe que los protagonistas del mismo libro no
siguieron este derrotero, sino que encontraron el Ebro en un lugar
bastante lejano de Pedrola, que poco después les sucedió la aventura
del barco encantado, y que al anochecer del día siguiente llegaron a
Pedrola marchando por la ribera del citado río, aunque separándose un
poco de éste, según era de rigor para entrar en aquella villa, situada
como está a unos cuatro kilómetros próximamente del Ebro. No puede
haber dudas acerca de este particular. Si
el caballero de la Triste Figura fue a encontrar el Ebro en algún punto
más abajo de Pedrola, y por tanto más cercano a Zaragoza, tampoco pudo
pasar por Navarra. Pero ni aún retorciendo y alambicando las palabras
del texto podemos obtener de ellas semejante conclusión. Y como los
textos deben interpretarse siempre en su sentido natural, sin que a
nadie éste permita la corrección de los mismos, resultaría
completamente insostenible la opinión que defendiera la llegada al Ebro
del resucitador de la andante caballería en punto más abajo de Pedrola
sin otro fundamento que el puro capricho. Es
claro que los flamantes expedicionarios pudieron hallar el Ebro, por
ejemplo, en Utebo o en Monzalbarba, pueblos mugantes a Zaragoza, y que
no es imposible que volviesen después la espalda a esta ciudad en busca
de Pedrola, para retornar luego por el mismo camino a la capital
aragonesa, si a Cervantes le hubiere venido así en gana. Pero como
Cervantes (que en ese asunto era el único dueño del cotarro) no quiso
hacerlo así, resultaría inadmisible pretensión la de traer y llevar,
tornar y volver, de Utebo a Pedrola y de Pedrola a Utebo a quienes como
nuestros famosos aventureros iban siempre, según todas las apariencias,
siguiendo su camino adelante en dirección a la capital de Aragón. ¿Qué
capítulo del Quijote puede, pues, autorizar tan extraña interpretación?
Ninguno. Pues bien, en este caso tenemos que admitir aquella versión
que sea más razonable y cercana a la exactitud, según puede ocurrírsele
al más lerdo. Un
ejemplo podrá aclarar esta cuestión con más sencillez. Supongamos que
un vecino de Cirauqui nos participa que sale para Tudela y su intención
de marchar cerca de la vía ferrea de Alsasua a Zaragoza apenas la
encuentre al paso; que no sabemos otros detalles de su viaje sino que,
después de haber tropezado con la citada línea, anduvo paralelamente a
ella hasta llegar a Villafranca, en cuya población se detuvo algunos días.
Pregunto: ¿habrá alguien en el mundo, que con sólo esos antecedentes
afirme y pruebe que el de Cirauqui halló el camino de hierro en
Milagro, o en Castejón, o entre Castejón y Tudela; que luego volvió
la espalda a esta ciudad y marchó en ese mismo sentido, es decir, en
dirección contraria a Tudela, hasta que se encontró con Villafranca,
desde la cual retornó nuevamente a Tudela? Desde luego que el viajero
de Cirauqui pudo ir, si el tiempo se lo permitió, no sólo a Milagro y
Castejón, sino también a Zafra y Honolulú para volver a Villafranca
dando la vuelta al mundo; pero con sólo los datos suministrados acerca
del viaje nadie podría, no digo probar ese rodeo, pero ni aún
explicarlo después de conocido, ni menos aún, concebirlo sin saberlo. Pues
bien, para el caso actual, Cirauqui representa el lugar de la Mancha de
donde partió D. Quijote, retirado por lo tanto del ferrocarril como el
lugar de la aventura de los títeres de maese Pedro lo está del Ebro;
Tudela hace las veces de Zaragoza como objetivo del viaje; Villafranca
vale tanto como Pedrola, por ser el punto de parada del expedicionario
en su excursión de Cirauqui a Tudela; y el sitio desconocido donde el
viajero encontró la línea férrea, es lo mismo que el punto de la
ribera del Ebro adonde fueron a parar el hidalgo caballeresco y su
escudero; el cual punto, si en el ejemplo propuesto debe precisamente
marcarse más arriba de Villafranca, en la leyenda tiene que fijarse
también más arriba de Pedrola, porque uno y otro caso guardan paridad
completa. Es
completamente indiscutible que el desmedrado caballero y su gordinflón
criado vinieron a dar con sus huesos en un punto de la ribera situado más
arriba de Pedrola, pero como entre Pedrola y la frontera de Navarra
aparecen sembrados los territorios de Luceni, Boquiñeni, Gallur y
Novillas, resultaría, si aquellos hubiesen venido a parar a jurisdicción
de estos pueblos, que, en efecto, D. Quijote y Sancho habían hallado el
caudaloso río más arriba de Pedrola, pero no en Navarra, que habían
estado muy cerca de Navarra, pero sin llegar a pisar tierra navarra. No
es tarea fácil la de probar plenamente que los héroes quijotescos
hallaron el Ebro más arriba de esos pueblos y de la frontera de Navarra
con Aragón, pero si el adversario que discuta este punto es de buena
fe, entre quedarse en Aragón envuelto en las tinieblas de la noche, o
acercarse a Navarra para ver aunque no sea más que con los últimos
resplandores del ocaso, cuanto más con la luz del día, se vendrá con
nosotros a Navarra. En
resumen: que nos es conocido con toda exactitud el derrotero que pudo y
debió seguir el Ingenioso Hidalgo para trasladarse en cinco días desde
la Mancha a la ribera del Ebro, y que del referido dato se infiere que
esa ribera no pudo ser otra más apropiada que la ribera de Navarra,
sopena de no poder llevar a los expedicionarios al citado río en el
tiempo marcado. Punto
segundo. El atleta manchego buscaba un río caudaloso como lo es el Ebro
navarro después de recibir en abundancia los líquidos cristales del
Aragón, del Arga, y antes del Ega. Porque no han distraído sus aguas
en el canal de Tauste y en otras acequias que disminuyen su caudal al
entrar en Aragón. Porque cerca de Tudela discurre el río con notabilísima
placidez. Porque sus orillas resultan mucho más deliciosas que en la
zona Gallur-Luceni. Y porque no ahora, sino siempre, fueron las riberas
aragonesas de la región que comparamos, bastantes menos pintorescas que
las navarras, amenizadas como estuvieron éstas, por los hermosos Sotos
de Cortes, donde tantas veces fueron a cazar piezas mayores los reyes de
Navarra, el agradable Soto del Gran Prior de Fustiñana situado en el
siglo XVII a la orilla derecha del Ebro, y las selvas donde hoy está el
incomparablemente espléndido Bocal Real, en frente los deliciosísimos
bosques de Belver, sitios de recreo un tiempo de personas reales, y las
frondosas arboledas tudelanas, y las de Castejón. Apelo en esta parte a
la opinión imparcial de cualquier persona medianamente culta, y
seguramente que me dará la razón, sin mengua ninguna del país Gallur-Luceni-Boquiñeni,
digno del mayor aprecio. Tercer
punto. Para acometer la aventura del barco encantado son de necesidad
barcos y aceñas o molinos en el Ebro. Y ya sabemos que si pudo haber
alguna que otra lancha en Gallur-Luceni, etc., lo cual lo ignoramos, no
se tiene noticia de que estos pueblos hayan tenido jamás en el Ebro aceñas
o cenias, como llaman a las ruedas molinares documentos navarros del
siglo XIV. En cambio es histórico que en Tudela, cuando fue navegable
el Ebro, tuvo gran importancia la población. El rey Carlos III de
Navarra con sus hijas se recreaba paseando en lanchas por el río
tudelano. En 1433 fabricaban los de Tudela copalos o barcas, y entonces
y siempre, ha sido muy numeroso el gremio de los pescadores en la ciudad
ribereña. Y respecto de los molinos, consta que en 4 de junio y 26 de
julio de 1252 fueron vendidas al rey Teobaldo las muelas del molino del
puente, y que en 1418 Carlos III cedió una tintorería y un molino que
poseía debajo del puente. Y
si para engranar mejor con el episodio del barco encantado se pide que
las aceñas tengan que estar no en el puente sino en el mismo río,
también puede probarse que en 1212 el rey Sancho el Fuerte permutó una
heredad que tenía en Arguedas por dos cañares y molinares de Ebro; que
en 1232 otorgó el rey poder para hacer molino y azut en Ebro; que en un
documento de 1237 expresa el monarco navarro que sobre el
fer molinos en Ebro, se refiere a Tudela, que los pueden facer e
les Cala; y que en el año 1420 Carlos III estudiaba el medio de
evitar la desviación del Ebro en Tudela porque este río amenazaba
dejar en seco el puente y los molinos. Los cuales molinos del siglo XV,
no creo que desaparecieran en el XVI ni en el XVII, antes consta que
algunos de ellos existían en tiempos posteriores. Con que D. Quijote y
Sancho Panza encontraron sobradamente en la comarca tudelana todos los
elementos que más abajo de ella les faltaría para realizar la
interesante aventura del barco encantado. Cuanto a la jornada que
emprendieron los aventureros manchegos al siguiente día de llegar al
Ebro, ajusta perfectamente con las distancias que hay desde cualquiera
de los pueblos de la ribera baja de Navarra a las cercanías de Pedrola,
sin que les faltara camino que andar, ni les sobrara tiempo para
recorrerlo. Pasemos
al último extremo. ¿Por qué razón se había de olvidar de Navarra si
con Navarra o con los navarros tenía algún motivo de simpatía o
gratitud? Y que los tenía es evidentísimo, según sabemos y vamos a
recordar brevemente. Muy satisfactorio nos es saber que los duques de
Villahermosa, a quienes con tanta largueza obsequió la galana pluma del
inmortal manco de Lepanto, estaban emparentados con el vizconde de
Zolina G. Garro, uno de sus ascendientes con la familia navarrísima de
San Francisco Javier. En todo oído suena gratamente la noticia de que
aquel ilustre y generoso mecenas duque de Béjar, bajo cuya protección
puso Cervantes la primera parte de su ingenioso hidalgo, sino era nacido
en Navarra llevaba apellido Zuñiga, navarro por los cuatro costados,
corría por sus venas sangre navarra como descendiente por un lado del
rey D. García Iñiguez y por otro de Doña Juana, hija bastarda de
nuestro Carlos III el Noble, y en su escudo blasonaban las mismas
cadenas de Navarra, lo cual no pasaría desapercibido a persona tan
ilustrada como Miguel de Cervantes Saavedra. Debe
recordarse con cariño aquel caballero navarro de la orden de Santiago,
D. Gaspar de Ezpeleta, que siguiendo a la corte en Valladolid en las
fiestas celebradas con motivo del nacimiento de Felipe IV, fue muerto
por un desconocido. Y el recuerdo cariñoso no debe ciertamente obedecer
al sensible percance de haber dado lugar el homicidio a la prisión de
Cervantes, sino que debe ser traído a la memoria porque el ilustre
navarro perdió la vida por el motivo de rondar, galantear y requerir de
amores, sin duda correspondidos, a la hermana o tal vez a la hija del príncipe
de los ingenios españoles, y además por haberle sorprendido la muerte
en la casa de su amada, donde le asistió en sus últimos momentos el
autor del Don
Quijote de la Mancha. Puestos
de pie y descubiertos debiéramos pronunciar el nombre del humildísimo
hijo de Navarra llamado Juan el jardinero, a quien todos los días de su
vida debió tener presente en sus oraciones Miguel de Cervantes
Saavedra. Fue el desventurado navarro Juan el jardinero aquel esclavo
del alcaide Azán que en Argel se comprometió con Cervantes a custodiar
en una cueva, situada en la huerta que cultivaba, unos catorce
cristianos hasta tanto que llegase un barco apalabrado para restituirles
a todos ellos a la patria española. Mucho tiempo desempeñó el infeliz
cautivo navarro su delicadísima misión bajo la dirección de Cervantes
hasta que a un renegado llamado Dorador se le ocurrió la siniestra idea
de delatarlo. La opinión argelina pidió entonces un castigo ejemplar.
La cabeza de Cervantes, principal director de la cueva, peligró por
unos días, pero el acaide Azán, autorizado por su rey, ahorcó con sus
propias manos al desgraciado Juan el jardinero el día 3 de octubre del
año 1580, y satisfecha la vindicta pública con esta muerte, halló
Cervantes la vida que podía considerar perdida y que necesitaba para
escribir aquella obra destinada a inmortalizar las letras españolas y
se llama Don
Quijote de la Mancha. La cueva que dispuso Juan el jardinero está
situada a tres kilometros de Argel, a orillas del mar, al abrigo de la
colina de Hamma y cerca del jardín Essar, y fue visitada en 1887 por el
Comandante General de la escuadra española central almirante Maimó, el
cual sacó planos de ella, y recogió pizarras y algunos objetos que
remitió al museo naval de Madrid. El gobierno español propuso al francés
la colocación de una lápida conmemorativa en la cueva del navarro Juan
el jardinero, y suponemos que el Estado, en representación de la
patria, habrá dedicado algún recuerdo a este meritísimo compatriota
nuestro, en aquella histórica gruta. Fue
D. Mateo de Santisteban un alférez natural de Tudela de Navarra, amigo
íntimo de Cervantes, su camarada en la compañía de Urbina, y su compañero
en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes,
ni esperan ver los venideros. En la cubierta de la galera Marquesa
pelearon juntos en el celebérrimo golfo de Lepanto los dos valerosos
soldados, y Santisteban, que tanto trabajó, aunque infructuosamente,
para evitar que Cervantes, a la sazón enfermo, tomara parte en el famosísimo
combate naval, fue testigo de la intrepidez del Príncipe de nuestros
ingenios y presenció el momento crítico en que una bala enemiga causó
a éste la honrosísima manquedad que Avellaneda dignificó al tratar de
ridiculizarla. La milicia unió a estas dos almas escogidas y el
peligro, valerosamente arrostrado, fundió en uno los corazonas de estos
dos héroes. Así no es de extrañar que cuando agotados todos sus
recursos sin ningún resultado, acudiera como acudió el padre de
Cervantes a la Corona en demanda de auxilios para libertar a su hijo
Miguel del cautiverio que en Argel sufría, fuese Mateo de Santisteban
el primero que intervino en la información abierta en 17 de mayo de
1578 para acreditar hechos favorables a la pretensión deducida en
beneficio del autor del Quijote,
según preciosos datos descubiertos por Cean Bermúdez en el Archivo de
Indias de Sevilla el año 1808. Que
Cervantes tenía motivos de reconocimiento y gratitud que guardar en su
noble pecho a Navarra y a los Navarros, es pues, evidentísimo. Y a
nadie debe esconderse que hombre tan bien nacido como el primer hablista
español había de correspondernos con las gallardías de su genio, según
una costumbre suya reconocida de todos. En efecto, él es el primer
cantor de las glorias euskaras, al ensalzar repetidamente el desastre
que los navarros hicieron sufrir en Roncesvalles a las disciplinadas,
aguerridas y numerosísimas huestes de Carlo Magno. Y él es también el
pregonero del valor legendario de los navarros, cuando obliga al
Caballero del Bosque a confesar que Casildea de Vandalia, la rival de
Dulcinea del Toboso, debe ser la más hermosa del mundo porque así lo
confiesan los principales caballeros, y en lugar preferente los
caballeros de Navarra. Finalmente,
me parece que a los navarros nos asisten razones fundadísimas para
sostener que los famosos héroes manchegos pasaron por nuestro suelo con
propósito deliberado de visitarlo, como es de presumir; o si no,
guiados por la casualidad, y que por lo tanto sea como quiera, que D.
Quijote y Sancho Panza en sus viajes pisaron tierra navarra. Por lo
menos este es, entre todos los conocidos, el juicio que mayores
probabilidades de acierto reúne, y como es consiguiente, el que debe
prevalecer hasta que otro con mejores títulos venga a disputarle la
supremacía que definitiva o provisionalmente hoy mantiene en pie. Y
este humilde fruto de mi modesto trabajo es el pobre grano de mirra, la
insignificante pira de incienso que en el altar sagrado de la Patria
puedo quemar en honor de Miguel de Cervantes Saavedra con ocasión de
celebrarse el tercer centenario de la publicación del Ingenioso
Hidalgo Don Quijote de la Mancha, asombro del mundo. [1] La conmemoración de 1905 la debió de inventar, según el catedrático José-Carlos Mainer, el periodista Mariano de Cavia, al que habían hecho famoso sus crónicas taurinas y sus cicaterías lingüísticas. Aunque en un primer momento el llamamiento que hizo el periodista desde las páginas de El Imparcial a finales de 1903 no tuvo demasiado éxito, contando incluso con el rechazo de Ramiro de Maeztu y Miguel de Unamuno, quien pronunciara aquella lapidaria ¡Muera don Quijote!, finalmente los fastos celebrativos se llevaron a cabo con toda pompa y boato hasta en los más recónditos lugares de la geografía española. JOSÉ-CARLOS MAINER, “El centenario inevitable”, Le monde diplomatique, abril 2005. |