La muerte según la tradición y la filosofía

por VÍCTOR  PRIETO OSÉS

 

 

 Vivimos deprisa.  ¿ No dicen que nuestra época es la del stress, esa velocidad donde sólo actuamos y dejamos de pensar ?  Velocidad, trabajo, consumo y fines de semana llenos de televisión. No hay opción de parar.

   Pero la biología nos frenará y nos haremos mayores, luego - tal vez - ancianos, y al final llegará el desenlace en forma de gotero y cese del ritmo cardiaco en la habitación blanca de un hospital público.

   Pensemos sobre la muerte, ese término definitivo de la persona.

   Nuestra sociedad ejerce una especie de asepsia con respecto a la  muerte.   Vemos al muerto bien vestido  y coloreado tras la vitrina de la sala del tanatorio. Conversaciones en voz baja y ceniceros llenos de colillas. Luego, y tras un breve lapso de tiempo, el muerto desaparece devorado por el fuego de la cremación. Casi no sucedió nada. Brindamos a la viuda una experiencia cosificada, cerrada, automática, tras la cual, y ya sola en el cuarto de estar de su casa,  recuerda como algo irreal o como un sueño laxo e higiénico.

    Nos apartamos de la muerte. Pero a veces preguntamos: ¿ qué ocurrirá después ?  La tradición  nos brinda tres respuestas aceptables. Es cuestión de elegir la que más verosímil nos parezca. La primera es aquella que afirma que el alma es inmortal, y que,  al separarse del cuerpo, viaja  más allá de las estrellas para instalarse en el Centro del Mundo, al lado de Dios  para compartir con El su Gloria y Contemplación.

   Una segunda opción, ésta materialista, asevera que al morir el cuerpo, todo perece: memoria, identidad y esperanzas. No hay más remedio, nos dice esta tradición, hay que aceptar  que morir es terminar de una vez por todas.

    Una tercera, que de alguna manera es intermedia de las dos anteriores, afirma que el alma, al desaparecer el cuerpo, queda suspendida en un magma de luces, sonidos y colores a la espera de su nuevo destino. Destino que llega cuando, en algún remoto lugar, una madre da a luz a su hijo. Entonces, el alma que flotaba en la inmensidad del Cosmos  cae en el cuerpo de ese niño que nace y se introduce en su corazón. Es en este instante cuando el niño, ya en manos de la comadrona, comienza a respirar. Por eso "alma" significa " respiración" , "aliento".

   Pero dejemos a la tradición  y preguntemos a los filósofos. El autor que mas pensó sobre la muerte como hecho definitivo del ser humano fue el alemán Heidegger. Para este autor, el ser humano  es un ser relativo a su  fin.  Con esto quiere decir que la muerte, el fin, define la naturaleza humana.  Somos humanos, dice Heidegger, porque sabemos que vamos a morir. La muerte es el único límite , dice este autor, que es irrebasable para el hombre. Además, desde muy temprano sabemos de nuestra muerte y esto crea  el sentimiento fundamental de los humanos: la angustia de que un día moriremos. Angustia que no podemos eludir pero que,  a la vez, es la señal de nuestra conciencia y de nuestra fortaleza.

   Otro gran autor que pensó sobre la muerte fue Sócrates, el conocido sabio griego, que aunque nunca escribió, conocemos gracias a las obras de su discípulo Platón.  Para Sócrates, la muerte es un acontecimiento sin interés. Lo que interesa a este autor es la vida. Pero no cualquier tipo de vida, sino, fundamentalmente, la vida lograda. Una vida lograda es aquella que una persona ha creado a partir de la naturaleza que el destino le entregó por Azar. No importa, para Sócrates,  lo que una persona  sea al nacer, lo que le interesa es qué ha hecho con su vida: si ha sido creativa, trabajadora, honrada y ha disfrutado con alegría de las pequeñas cosas de la vida. Pero, curiosamente, incluía una cierta presencia  de la muerte en la vida. Y decía: tenemos que aprender a morir. Uno de los aprendizajes importantes es acostumbrarnos a la muerte, de tal forma que cuando esta llegue, no le concedamos importancia. Y que así, al final, podamos decir: “bueno, se acabó la Fiesta”.

 

 

   

   

 


Muerte de Angelos Spartalis