Acerca de dolor y muerte

por José Ramón Urío Bengoechea


Intento imaginar aquellos lejanos tiempos y lugares en que alguien de nuestra especie comprobó cómo al-guno de sus congéneres, esposa, hijo, compañera, enemigo u animal, dejaba de moverse para siempre. Cuando alguien sintió por primera vez la aguja del dolor corroyendo cuerpo y mente. Intento adentrarme en su sorpresa, en su angustia e incomprensión y, a pesar de todo, apenas encuentro algo diferente a los sentimientos que podemos encontrar en nuestras mentes o en nuestro rededor: sólo hemos añadido los dis-cursos inventados para escapar de tan horrenda realidad.

¿Pues qué? ¿Acaso sentimos otra cosa que rechazo e incomprensión? Rechazo del dolor, de cualquier dolor, de la muerte tanto rechazo que hemos terminado por  esconderla en los sótanos más recónditos de la sociedad. ¿Los relatos? Parece que todos ellos se limitan a negar la realidad de la muerte, bien sea co-mo las religiones prometiendo otras vidas –más verdaderas incluso- que la sabida, bien las filosofías prác-ticas que, siendo modelo Epicuro,  muestran cómo la muerte no existe para los  vivos ni los muertos pue-den sentirla. No así la del dolor que aparece como pasaje necesario para la eternidad en las diversas reli-giones o como algo a evitar del modo que sea entre las filosofías del placer. ¿Hoy? Todas conviven, sien-do la ciencia un convidado de piedra que nada tiene que decir. Con sólo veinticuatro años una poetisa es-pañola, Carmen Jodra, ha resumido perfectamente estas variantes en su poema “y dijo la Biblia…” de su libro “las moras agraces”:

“Y dijo la Biblia:

“El hombre es un ser creado  por Dios

a su imagen y semejanza

con un alma inmortal que es el aliento

que el Creador le insufló”

Y dijeron todos:

“No nos lo creemos”.

Y dijo el poeta:

“El hombre es un ser extraño,

con penas y alegrías incontables,

con grandezas y miserias y deseos

que él mismo no comprende”

Y dijeron todos:

“Es verdad, pero bueno,

qué le vamos a hacer,

no merece la pena preocuparse”.

Y dijo la ciencia:

“El hombre es un ser vivo

porque nace, crece, se alimenta,

se reproduce y muere,

y pertenece al reino animal,

metazoos superiores, tipo vertebrados,

clase mamíferos”.

Y dijeron todos:

“Sin duda. Tiene razón”.

Y así nació Occidente.”

Queda, como siempre, Platón: “Acerca de esos temas hay que lograr una de estas cosas: o aprender (de otro) cómo son, o descubrirlos, o, si eso resulta imposible, tomando la explicación mejor y más difícil de refutar de entre las humanas, em­barcarse en ella como sobre una balsa para surcar navegando la exis-tencia, si es que uno no puede hacer la trave­sía de manera más estable y menos arriesgada sobre un ve-hículo más seguro, o con una revelación divina.”

¿Qué de nuevo podrá añadir a todo un filósofo de hoy?  Como casi todo: nuevas versiones de lo mismo. Pues, admitiendo muerte, sólo queda vivir la vida dignamente y con dignidad morir. No admitiéndola, re-fugiarse en la creencia del lugar y apostar por ella. Sólo puede añadirse la duda. ¿Merece la pena pensar más? Fin o eternidad: no hay más dilema. Con seguridad, sólo queda la vida.