“Por qué, por qué...”, por Maite Segura Corretgé |
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Debo reconocer que soy un poco rara para estos tiempos que corren, puesto que el fútbol no me gusta (¡lo siento!), a pesar de que en mi propia casa cuente, según dicen algunos entendidos, con dos buenos jugadores regionales. Tampoco sigo la Liga, ni la Copa, ni la Recopa, la Champion (¿se dice así?) ni demás trofeos locales, nacionales, europeos o mundiales. Apenas conozco por su nombre, mote o apellido a dos o tres de esas grandes figuras que acaparan los titulares, tanto deportivos como de la prensa rosa, por lo que a duras penas sé si juegan en el Barça, en el Madrid... o en el Inter de Milán (¡y eso que me esfuerzo!). Yo creo que esta falta de interés ya me viene desde muy pequeña; aunque en mi caso no fuera por vetármelo, sino por todo lo contrario; me explicaré: En mi niñez, el fútbol era mayoritaria y socialmente aceptado como un deporte total y exclusivamente masculino, por lo que muchas mujeres aficionadas al balompié, reivindicaban su presencia en el campo como espectadoras (tendría que llover un poco más para que aparecieran equipos femeninos como los de ahora) tatareando una vieja canción de la radio: “Por qué, por qué.../
los domingos por el fútbol me abandonas.../no te importa que me quede
en casa sóla.../ no te importa.../ por qué.../ por qué.../... no me
llevas al partido alguna vez.”. Pero como decía, ése no fue mi caso, porque en mi memoria infantil guardo grabado que sólo era capaz de aguantar un partido entero por el helado o las chuches que una de mis tías (mi tía Teresa, claro está), forofa osasunista, que solía llevarme con ella, me había prometido para el final del encuentro. Además, si ganaba el de casa, la ración era doble, así que antes y también ahora: ¡Aupa Osasuna! No obstante, como acostumbro a habitar en este mundo y como filo-filósofa que soy y, por ello mismo, nada de lo humano me es ajeno, soy consciente de que el fútbol, hoy en día, además de ser un fenómeno de masas que levanta pasiones enfervorizadas y un lucrativo negocio para unos cuantos, es bastante más que todo esto, puesto que se ha convertido en una nueva Religión Universal que cada día gana nuevos adeptos de todas las edades, sexo, cultura o condición social. Como toda religión que
se precie cuenta con sus propios libros sagrados (las normas de la
FIFA), sus dogmas indiscutibles (el reglamento), su propia clase
sacerdotal que los interpreta siempre bajo inspiración divina (los árbitros,
presidentes de los clubes, entrenadores...), templos pequeños y grandes
catedrales (los estadios), sacramento penitencial (tarjetas, faltas,
expulsiones...), sus rituales protocolarios de colocarse y moverse, bien
en el campo, bien en las gradas (jugadores, hinchas y espectadores), sus
propios cánticos espirituales (Oeeé... oé, oé , oeeé... ), ornamentos
y hábitos específicos con los sacralizados colores del equipo
(pancartas, camisetas, gorros, bufandas...y hasta calzoncillos), auténticas
reliquias que se adoran con veneración y son altamente cotizadas, tanto
en la calle como en las subastas internaúticas ad hoc (la sudada
camiseta de Figo, el balón oficial de no-se-qué final tan
disputada, los pelillos del sobaco del bello Beckham), grandes
procesiones organizadas de ciudad en ciudad y toda una amplia y generosa
corte de santos entronizados entre los que poder escoger (las grandes
figuras) y a los que poder encomendarse, con mucha fe y esperanza (dos
de las virtudes teologales) cada fin de semana:
¡Que así sea!. ¡Amén!
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