“Belleza al segundo", por Maite Segura Corretgé

 

Quería ilustrarme a conciencia para escribir este folio filosófico sobre la belleza, por una vez, bien documentada y sin dejar nada a la improvisación y a las prisas de última hora, como siempre me pasa.

Consciente de la complejidad del tema y del hecho de constituir uno de los asuntos más recurrentes de la Historia del Pensamiento y de haber sido ampliamente disputado, como objeto de estudio específico, por disciplinas tan diversas como el Arte, la Literatura, la Música o la siempre acaparadora Filosofía, intenté ponerme al día revisando varias de las numerosas teorías existentes y  de los ensayos escritos al respecto.

Volví a repasar, con una renovada curiosidad escolar, algunos de aquellos tochos obligatorios de Estética que permanecían abandonados en la estantería, desde mis tiempos de la Facultad (¡quién los pillara de nuevo, los tiempos, claro está!).

Revisé todos los apuntes que, como buena alumna que soy, había tomado al participar en unas  elevadas y densas Jornadas de la Cátedra Oteiza de la UPNA que versaban sobre la relación existente entre Arte y Filosofía, y que estuvieron llenas de metafísica (sobretodo Heidegger), escultura (principalmente Chillida y algo de Oteiza) y plagadas de erudición ( todos los ponentes).

Recordé la doctrina de los, para mí, clarificadores y serenos clásicos, tanto antiguos (Platón, Aristóteles), como modernos (Kant, Hegel) y releí la que defienden algunos movimientos contemporáneos (Estructuralismo, Psicoanálisis), junto con la de algún teórico más actual (U. Eco).

Entre todas estas diversas corrientes de pensadores, busqué afanosamente tanto la perspectiva ética como la estética, así como la dimensión creativa, ontológica y transcendental del concepto belleza.

Me esforcé por establecer su posible relación con la percepción, con la axiología, con la imaginación, con la poesía, con la naturaleza, con la emoción,… con la vida.

Quise recoger, para plasmar con fundamento teórico en este escrito, una buena síntesis sobre su función expresiva y comunicativa, bien realista, bien simbólica y alguna que otra idea sobre su esencia o  naturaleza, sea ésta del tipo que sea: real, objetiva, psicológica, contemplativa, formal, ideal, hedonista, subjetiva o catártica.

Con tanta lectura, tantas posturas diferentes defendidas y tantas teorías elaboradas sobre el tema, acumulé tal cantidad de datos e información que me sentí desbordada, por lo que decidí olvidarlas todas y no escribir absolutamente nada sobre el tema.

En esas estaba, cuando por estos días, he leído en un periódico local una breve noticia sobre la belleza que me ha llamado poderosamente la atención y que me invita a contarla aquí.

Se trata de un estudio financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia, realizado por un equipo multidisciplinar de la Universidad de las Islas Baleares. En este estudio, dirigido, entre otros expertos, por Don Camilo José Cela Conde (el Cela hijo, para que nos entendamos, que además de novelista, como su polémico y difunto padre, es doctor en Antropología y profesor de la  universidad citada), se afirma que todas las personas captamos si algo es bello o no lo es, en menos de un segundo.

La investigación, que concluirá en el año 2006, pone de manifiesto que la apreciación de la belleza, por parte del sujeto que contempla, está directamente vinculada a una de las áreas cerebrales que han sido más vitales para la evolución humana.

Sus primeras conclusiones mantienen que toda persona, al contemplar una fotografía, una escultura o un cuadro cualquiera, aprecia si son bellos o no entre 450 y 900 milisegundos después de verlos. Además, aunque estos elementos contemplados retengan por más tiempo nuestra atención, eso se debe a una búsqueda de nuevos aspectos y detalles en lo que hemos visto, pero es en el primer segundo inmediato a la primera observación realizada, cuando ya hemos captado, decidido y valorado sobre su posible belleza estética.

Esta noticia, aunque bastante escueta, incluye unas palabras del Dr. Cela, que como profesora en ejercicio que soy me tranquilizan bastante, sobre todo cuando apenas falta una semana para finalizar las clases de este agotador e interminable mes de Junio, en que el que como todos los años, me vuelven a surgir las mismas dudas de siempre, no sólo sobre las calificaciones definitivas del alumnado, sino sobre mi propia práctica docente y, dentro de ella (para reflejar en la Memoria de finales de curso), sobre la conveniencia o no de realizar algunas actividades culturales y salidas complementarias.

En el artículo citado, Cela termina diciendo que no le resulta extraño que los docentes nos desesperemos cuando acompañamos a nuestros discentes a un museo o exposición y comprobamos la rapidez con la que la visitan (¡con lo que cuesta preparar una salida de clase!) y el poco tiempo que permanecen delante de un cuadro; pero que no se trata tanto de que no les importe nada o no aprecien lo que ven (¡qué alivio, menos mal!), sino que lo que realmente ocurre es que ya han obtenido la respuesta, es decir, que ya lo han apreciado.