Belleza y arte | ||
por Xabier Agirre Urteaga | ||
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La belleza es otra de
las aspiraciones universales del hombre. Es una de esas cosas de las que
se prefiere disfrutar más que menos. Como el bien o la salud, la belleza
es perseguida hasta alcanzarla en distintos grados.
El grado más simple es el de la belleza natural. Predisponiéndonos
mínimamente, todos podemos gozar de un hermoso ocaso del sol sobre un mar
en calma, o de una noche estrellada en un lugar silencioso. Si aumentamos
el grado de sensibilidad, quizá, apreciásemos la belleza de lo
cotidiano, o de lo efímero, más que lo imperecedero. Esa mirada fugaz de
un niño, un beso improvisado, aquel bosque otoñal, o una ardilla
sorprendida en lo frondoso de ese bosque son momentos que provocan ese
cosquilleo en los pies característico. Todos ello también suelen merecer
calificativos del tipo qué bonito, y permanecen en la memoria durante decenios.
Sin embardo, desde antiguo, el arte (el hombre a través de los
objetos creados) ha intentado aprehender esa belleza en trozos de materia
y formas para que esa belleza sea perdurable y transmisible. La belleza ya
no es exclusiva de la naturaleza, y el hombre, convertido en factor, crea
belleza.
La belleza se manifiesta, entonces, de manera más compleja a
medida que las pretensiones sobre ella aumentan. Algunos han confundido
esa complejidad con el concepto de novedad y sorpresa, y se afanan en ser
chocantes. Es la técnica del diseño y de la publicidad, que cree que
alcanza lo artístico porque logra atraer la atención del espectador.
Vulgar presunción.
El arte, y su afán de belleza, van aún más allá porque el
problema de la belleza se topa, al final, con todas las preguntas de la
metafísica universal, que se resumen en ¿qué
sentido tiene lo que existe? Mientras la filosofía usa del lenguaje
convencional para conceptualizar con miles de palabras, el arte puede
conseguir con unos pocos trazos, colores, formas y materiales. El arte
lanza sus propuestas parciales en lenguaje estético. Desde Altamira hasta
Rothko el hombre ha pintado por un impulso vital. Desde los crónlech
hasta las cajas metafísicas de
Oteiza la materia ha intentado atrapar el alma y la esencia de las cosas.
Ningún gran artista cejará en el intento de conseguir respuestas
a preguntas de gran calado, porque, si no, se limitará a contentar al público
con figuras asequibles que halaguen a los críticos y a los inversores en
arte, que verán aumentada su autoestima burguesa en la misma medida que
sus beneficios. En
este sentido, el arte como mercado, escaparate, atractivo turístico o
inversión representa la cara más práctica del arte. Práctica por
necesaria. Así algunos grandes artistas podrán seguir indagando en el misterio de la realidad.
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