Afrodita, el amor en estado puro

por Xabier Agirre Urteaga

El amor surgió del semen de Urano, que fue emasculado por Crono, su hijo. La semilla cayó cerca de la bella isla de Citera, en medio del Mar Egeo. De la espuma blanca que produjo surgió Afrodita, la diosa de la belleza y del amor. Era tan hermosa que enamoraba a quien la viera. Pero Zeus concedió a su hijo Hefesto, en exclusiva, la dicha de poseerla.

            Como el amor no puede ser ni obligado, ni puede, a menudo, ser exclusivo, Afrodita se enamoró de Ares, y en uno de los momentos de gozo fueron sorprendidos por Hefesto, que intentó ponerles en evidencia arrastrándolos hasta los dioses del Olimpo.

            Mas el amor no cesa por voluntad propia, ni siquiera por voluntad divina, y Afrodita siguió amando, y siguió siendo amada.

            De la relación prohibida con Ares nació Eros, y Afrofita lo preservó de la ira de Zeus en lo más profundo del bosque. Allí construyó Eros sus flechas de ciprés con las que provocaba, a discreción, el enamoramiento, si la punta de la flecha era de oro, y el odio, si era de plomo. Es de sobra conocido que el amor no avisa, y que hiere atravesando el corazón. El amor, además, acostumbra a acudir acompañado de otros sentimientos contradictorios y desconcertantes siempre, y destructivos, a menudo.

            Afrodita estaba condenada a amar y ser amada. No había tregua en sus sentimientos.

Se enamoró de Adonis al verlo dormir desnudo. No olvidaba en aquel momento que el muchacho había sido engendrado porque ella misma obligó a Mirra y Tías, hija y padre, respectivamente,  a mantener relaciones incestuosas. La pasión con la que se enamoró Afrodita de Adonis fue tal que le llevó a enfrentarse con Perséfone, aquella que  había cuidado con mimo a Adonis, cuando éste era un niño, y que también se había enamorado perdidamente del joven. Para dirimir la contienda Zeus obligó a las amantes a compartirlo: unos meses  se solazaría con una, otros con la otra. Al final, los celos perdieron a Ares, y, convertido en jabalí, acabó asesinando a Adonis.

            ¿Qué hecho real puede superar la vivencia de Afrodita y sus amantes? ¿Quién puede teorizar sobre el amor después de tanta pasión vivida? ¿Qué matices pueden añadirse a ese amor en estado puro?

            Siempre que he buscado cómo entrar o salir del laberinto del amor me he encontrado con Afrodita y los suyos, que vivieron para el amor, y también sufrieron y murieron por amor.

            Erato, la musa de la lírica, ha decidido mostrarme el ejemplo de alguien que amó más y mejor que nadie. Nada puedo añadir. Sólo queda la esperanza de que a los vulgares mortales nos sea concedida la dicha de compartir parte de su arrolladora fuerza amatoria, para que nunca perezcan, ni ella, por diosa, ni el amor, por necesario.