“...
Y el amor obró un milagro”, por Maite Segura Corretgé |
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Nos
lo lanzó en plena sesión departamental : -
“ Tengo algo que confesaros..., pero será al final de la reunión ” - nos dijo con voz ampulosa y grave, aunque atropellada a la vez, y
quedamos expectantes. Como
todos los lunes, se sentó en mi sitio, al lado de la ventana, abriéndola
con fuerza y se puso a fumar de forma rápida y compulsiva, igual que lo
hacía otras muchas veces, transgrediendo todas las normas posibles
vigentes y las que, todavía, quedan por establecer. Se
escondía tras una densa nube de humo provocada por su primer...,
segundo... cigarrillo, que se resistía a desaparecer del seminario, pues
parecía haberse solidificado al mezclarse con el gélido aire polar que
penetraba desde el exterior. El patio, una semana más, aparecía cubierto
por la nieve y los charcos helados prometían, de nuevo, una dura guardia
de recreo. Xabi,
Victor y yo intercambiábamos informaciones múltiples y variadas: Que
si la cecepé tal, que si la comisión de disciplina cuál, que si las
evaluaciones por aquí, que si las notas por allá.... Jotaerre
permanecía totalmente al margen de este discurso pseudo-oficial, lo cuál
resultaba bastante habitual en él, pero el hecho de que no interrumpiera
ni una sola vez, o de que no se lo cargara enérgicamente con una de sus
rudas y originales intervenciones, debo confesar que llegó a preocuparme
durante toda la hora. Miramos
al unísono al reloj, sin ponernos de acuerdo en absoluto (¡qué
departamento tan coordinado!). Faltaba muy poco para que sonara el timbre.
El tiempo acechaba y él, parapetado tras la nube de humo, ante nuestras
miradas inquisitoriales, rompió su silencio: ¡El
viernes me caso! |
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